Y llegamos al mes de agosto, uno de mis meses favoritos. Porque lo asocio a vacaciones, a descanso, a disfrutar de la familia y cómo no, a viajar...
Y porque es en este mes que la mayoría de nosotros nos tomamos ese merecido descanso, me ha parecido una estupenda idea compartir con vosotras pequeños retales de una de las experiencias que más me ha marcado e impresionado; mi viaje a la India.
Desde mi punto de vista, uno de los países más interesantes del mundo, su cultura ancestral puede considerarse única y mantiene firmes sus raíces hasta nuestros días.
La India es el segundo país más poblado del mundo con unos 1.324 millones de habitantes aproximadamente, siendo la inmensa mayoría de ellos, alrededor del 80%, de religión hindú.
En Nueva Deli, la primera parada de mi viaje, tuve la oportunidad de asistir a una boda hindú. Con motivo de la misma, nuestro hotel se transformó para el evento en el escenario de una de las historias de las mil y una noches. Sedas y tules de todos los colores decoraban cada arco de las salas donde se iba a celebrar la ceremonia. Los invitados en consonancia con las estancias fueron llegando, ellas enfundadas en sus saris de una brillante seda con laboriosos adornos, ellos con sus turbantes de fiesta y sus túnicas de vivos colores. La entrada de la novia al recinto puso el broche de oro a aquella celebración, ataviada con un sari rojo y dorado, y con más oro del que he visto jamás. Su piel estaba a su vez decorada con numerosos tatuajes de henna que contribuían más si cabe a resaltar la grandiosidad de la celebración. El peso de los ornamentos y del vestido era tal que venía ayudada por dos mujeres que la sujetaban por los brazos.
Me fascinó la riqueza y exuberancia de toda la ceremonia, fue como si hubiera viajado al tiempo de los Marajás.
Visitar el Taj Malhal fue también uno de los puntos álgidos de nuestro viaje, no sólo por la grandiosidad del edificio y sus jardines, que justifica con creces que sea una de las siete maravillas del mundo moderno, sino por todas las historias y la leyenda que lo envuelve. Se cuenta que este mausoleo situado en Agra, fue construido por el emperador Shan Jahan, con la fuerza de 20 mil hombres y las mismas toneladas de mármol blanco, en memoria de su esposa favorita, que murió al dar a luz su décimo cuarto hijo. También cuenta la leyenda que este emperador mandó cegar y cortar las manos de todos los que participaron en la construcción para que nunca más realizasen un trabajo parecido. El más bello homenaje al amor que he visto hasta hoy. Esta leyenda, historia o realidad, representa muy bien lo que yo sentí en la India, ese binomio indivisible de lo cruento y lo maravilloso.
Sin lugar a dudas, otro de los lugares que más me marcó fue la ciudad de Varanasi y el río Ganges. La ciudad de Varanasi está considerada la ciudad sagrada más importante del hinduismo y para los practicantes de esta religión es el lugar más propicio para peregrinar y morir.
Morir y ser incinerado en una de las orillas del río Ganges es la plenitud para un hindú, ya que a través de esta ceremonia ellos se liberan del ciclo de las reencarnaciones llegando a alcanzar el Nirvana o la vida eterna.
La parte vieja de Varanasi, se divide en una serie de callejones con multitud de templos, tiendas y un mar de gente que se dirige hacia la orilla del río Ganges donde se encuentran los famosos Ghat`s. Los Ghat`s son unas escalinatas en cemento construidas en una de las orillas del río donde se incineran a los cadáveres para después tirar sus cenizas al río.
Alquilamos un pequeño barquito para ver las ceremonias hindúes realizadas durante la puesta del sol. Guardo en mi memoria la imagen de la luz crepuscular, que acentuaba el naranja intenso de las piras funerarias, el viento impregnado en el intenso humo de los cuerpos quemados rozándonos la piel, al mismo tiempo que un enorme despliegue de luces y cánticos marcaban el principio de las ceremonias religiosas. Durante la misma, millones de velas flotaban en el río dentro de pequeños barquitos de papel. Los sacerdotes y todos los presentes lanzaban ofrendas para el río, a su vez, los DOM (pertenecientes a la casta de los intocables), lanzan los restos de los cuerpos que no sucumbieron a las llamas. Porque dependiendo del nivel adquisitivo de la familia será la cantidad y calidad de la leña para la pira, y cuando la llama se apaga, no queda más remedio que tirar lo que no se quemó al río.
Al amanecer, desde nuestro barquito, asistimos a las ceremonias de purificación, donde los hindúes se lavan y purifican en el río.
En el mismo río donde veíamos celebrar la ceremonia de la muerte, se bañaban niños, se acercaban recién casados y recién nacidos a bendecirse con el agua del Ganges, peregrinos, mujeres lavando la ropa... La vida cotidiana y la muerte se entremezclan en el mismo espacio/tiempo. Todo esto solo en una de las orillas del río, permaneciendo la otra desierta; ya que según la religión hindú quien muera de ese lado del río, se reencarnará en burro.
Estos son solo pequeños apuntes de un viaje plagado de sitios magníficos que visité; Jaipur (la ciudad rosa), el fuerte de Amber, Hawa Mahal, el fuerte de Mehrangarh, Khajuraho, Bombay y muchos más de los que ya no recuerdo el nombre.
En resumen, lo que más destaco de ese viaje es el hecho de que siendo India un pueblo de apariencia tan pacífico, amigable (sin ser servil), simpático y habiendo yo asistido como describí a pruebas de amor sublimes como las bodas o el Taj Mahal, sea a su vez, uno de los pueblos que más maltrata a la mujeres y donde la desigualdad se impone desde la cuna. Detrás de esta fachada de espiritualidad y sosiego se esconde un pueblo que perpetúa terribles tradiciones como el matrimonio infantil, que aunque prohibido por ley desde 1929 sigue existiendo; las abultadas dotes que las familias de las mujeres son obligadas a pagar para casar a sus hijas llegando éstas a endeudarse de por vida, y que por consecuencia, lleva a un aumento de abortos provocados de fetos femeninos e incluso al asesinato de niñas recién nacidas. El yugo de la mujer alcanza todos los ámbitos, incluso tras la muerte del marido, puesto que al enviudar, independientemente de su edad, son enclaustradas en conventos y obligadas a llevar una vida privación. Según la religión hindú, una esposa debe siempre sumisión a su marido, y cuando éste muere lo que ella debería hacer es tirarse viva a la pira fúnebre o llevar una vida de privación de todo placer.
Quisiera terminar este pequeño escrito destacando lo importante que es viajar y abrir la mente. Salir de nuestra rutina y coger perspectiva sobre las cosas que nos pasan. Especialmente cuando eres mujer y viajas, puedes comprobar como aún queda tanto por hacer y luchar, para conseguir un día, me temo que todavía lejano, que la figura de la mujer no se vea sometida a las tradiciones y herencias del patriarcado.
Un abrazo,
Carmen Santana