Hacía mucho tiempo que un libro no me atrapaba tanto. De hecho, ya no puedo decir que me atrapen mucho o poco. O me gustan, o no los leo. El tiempo en el que me obligaba a acabar cualquier libro que empezase, me gustase o no, ya ha pasado hace algún tiempo. Es de las cosas buenas de la edad, si no me gusta, ¡a otra cosa mariposa!
Escuchando la radio, y una entrevista al autor, Fernando Aramburu, me dije: "Esta misma tarde lo compro". Y así fue. A pesar de haber nacido en la meseta, y no haber pasado nunca mucho tiempo en Euskadi, tengo amigos vascos, y siempre he sentido un gran interés por el tema.
Así que, comencé a leer y no pude parar. El autor, con una fuerte emotividad, y al mismo tiempo con una sintaxis sencilla, consigue que cualquier persona se sienta atrapada por la historia, y entienda con una claridad meridiana todo lo que allí pasó durante las cuatro décadas en las que se desarrolla la novela.
El pasado y el presente se mezclan con maestría, y hay pasajes narrados varias veces desde numerosos puntos de vista. Muy interesante.
El hecho de que el pasado de la novela, afortunadamente ya no exista, da al autor cierta holgura para llegar al espacio íntimo de cada uno de los personajes, como si fuera un tejido de realidades humanas que recoge todas las voces del supuesto "conflicto", pero sin equidistancia. Rápidamente empatizamos con las víctimas, aunque conseguimos ver a los verdugos como seres humanos, con actividades del día a día, como podemos tener cualquiera de nosotras.
Una vez más, la importancia de las mujeres. En esta historia son la columna vertebral de la novela; ellas son las que tienen la potestad de la palabra, mientras los hombres callan. Y como personaje favorito: Arantxa. Una mujer digna, maravillosa, en medio de esta historia de amistad, odio, opresión y traición que le tocó vivir.
Percibimos claramente, aunque es chocante, la cantidad de gente que, aun detestando lo que estaba pasando, consentían con un silencio miserable. ¿Será legítimo? Puede que sí, pero indudablemente insolidario.
Y, cómo no, la iglesia vasca de aquellos años de plomo, personificada en el personaje de don Serapio. Escalofriante.
Alguien ha dicho que tendría que ser de lectura obligatoria en el bachillerato. Yo estoy completamente de acuerdo. ¡Ah!, se llama Patria.
Esther Gonzalo